miércoles, 4 de julio de 2012

Te aplastaría con un tanque

Sandra Bulos
Hay cosas que me cabrean como a una mona. Situaciones que, me molestan tanto, que a veces sueño despierta que voy por ahí con un tanque que aplasta a todo bicho molesto que pillo a mi paso.

Cuando vivía en el centro, había un payaso bastante hortera con una moto que hacía un estruendo insoportable. Cada vez que salía de casa nos teníamos que enterar absolutamente todos los que viviéramos a menos de un kilómetro de él, y esto me daba ganas de abofetearle. Pero, como seguro que de haberlo hecho me hubiera llevado una buena hostia, siempre pensaba cómo joderle la moto sin darle tiempo a reaccionar.


Y lo haría sin miramientos.
Obviamente, pese a los inquietantes antecedentes marrulleros de mi familia (mi padre una vez arrancó el limpiaparabrisas trasero de mi coche por aparcar en su plaza durante media hora sin avisar), todo se queda en mi imaginación. No voy más allá de poner carteles amenazantes llenos de tacos o pegar chicles donde pueda joder, pero situaciones así me invitan a pensar en la necesidad de patrullas vengadoras de la pradera por toda la ciudad. Lo siento, es genético.


Una de esas cosas que no soporto es bastante tonta. Se trata de la planificación urbana de algunos municipios. Calles de zonas residenciales por las que no puede pasar una silla de bebé, y no digamos ya una gemelar. Mis días favoritos para encontrarme ese tipo de aceras son los de lluvia: arrastras a una niña de la mano mientras tratas de correr y llevas a la otra bajo el plástico de la lluvia en la sillita. Pero para poder desplazarte, ¡oh, qué gran idea!, tienes que salir a la carretera y meter a tus niñas entre los coches. Eso cuando hay farolas clavadas en medio de las aceras, o cualquier otra maravilla del urbanismo. Cuando te toca una papelera colocada mal por alguien que no es precisamente un lumbreras, siempre puedes sacar tu vena macarra y pegarle una patada hasta que ceda, como hacía yo cada día cuando en mi urbanización el tamaño del seto se comió la acera hasta hacer imposible el paso.


Menudo asco, ¿no?


Otra cosa que no aguanto son los tocahuevos que siguen tirando colillas en los parques infantiles. ¿De qué vais? ¿Sois gilipollas o sólo poco listos? Y así llegamos a uno de mis temas favoritos: ¿Qué nuevo tipo de clasismo permite a los fumadores jefes hacer lo que les dé la gana en su despacho e impide a los curritos fumar en el mismo edificio? Que quede claro: soy antitabaco 100% y no quiero volver hacia atrás (ayyyy, qué recuerdos cuando eras menor de edad, ibas en el bus y te atufaban el pelo, la ropa…). Ahora resulta que la alta sociedad laboral puede hacer lo que le dé la gana (¿quién tiene cojones a ir al despacho del jefe a decirle que no fume?) y los demás tienen que cumplir la ley. No todos somos iguales. Y, afortunadamente, yo no tengo un tanque.


3 comentarios:

  1. Jajajaja...yo aplastaría con un tanque a todos los que se cambian de carril sin poner el intermitente y con un volantazo, sobre todo cuando voy en la moto!
    También pasaría por encima de los que se ponen en la carretera detrás de mi pegados tanto que les veo las legañas por la mañana, sobre todo cuando no hay espacio para cambiarme de carril!!! Por supuesto pasaría x encima de mi vecino del sexto que todos los días baja fumando en el ascensor a las siete de la mañana y lo cojo justo despues recién duchadita, grrrrrrrrrrr
    Sandra, no sabes cuánto te comprendo...

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  2. Yo a veces dudo entre el tanque (lento y pesado pero efectivo) o un bazoca (directamente, sin miramientos...apuntar y Pum!!)Por qué me miras y no me das lo Buenos Días??? Por qué cuchicheas en mi P... cara??? cosas así a mí también me hacen sacar mi lado "más dulce y delicado".

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  3. ¡Qué pena que no tengas ese supertanque! Entre tus genes y mis ideas sería genial. Donde yo trabajo es bastante habitual esta raza especial de jefes que no tienen que cumplir la ley.

    María Suárez

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