miércoles, 23 de enero de 2013

Tengo una nevera

Sandra Bulos
Esta es la historia de la nevera de mis abuelos, que viajó desde una fábrica de General Electrics de Estados Unidos hacia Asturias en un barco a finales de los años cuarenta. 

Según la leyenda de la familia Bulos, fue de las primeras en llegar a Asturias por aquel entonces (sí, vengo de una familia bien venida a menos, qué le vamos a hacer). 



Es la historia de una nevera que, con ayuda de un transformador, funcionó todos estos años sin dar mucha guerra y que, si la encendiera hoy contraviniendo todas las indicaciones maternas, seguiría funcionando. 


Una nevera que a punto estuvo de acabar en la basura de no haber sido porque me empeñé en quedármela de recuerdo de mis abuelos. Que viajó del Cantábrico a la costa de la bellota. Que estuvo temporalmente aparcada en el trastero de una finca extremeña y que ahora me gustaría restaurar para convertirla... No mamá, en un puto armario ya te he dicho que no. ¿Para qué quiero meter ropa en una nevera? No, no te preocupes, tampoco voy a encenderla no sea que explote o yo qué sé qué te crees que va a pasar. 

Quiero que sea un mueble bar. Iba a decir minibar, pero no puedo. Mirad el tamaño:

Unos cuantos hombretones la bajaron del trastero y la subieron a la fragoneta.


Qué feliz con mi nevera. Aquí se me ve mucho mejor:

Bulos y la fragoneta. Un documento extraordinario. En serio.

Y qué bien queda en el salón, al lado de la tele (prometo poner una flamenca encima de la nevera):

Qué vintage. ¡Neverón!

Si alguien conoce a un restaurador que me explique cómo eliminar el óxido, la suciedad, que me ayude a quitar cien kilos del peso del motor (para que mamá Bulos se quede contenta), que me mande un mail, por favor (alessandrabulos@gmail.com). Así, ayudará a prolongar la historia de esta nevera que espero que hereden contentas y felices mis dos minibulos.


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